Marcos, el único vecino sin alarma, acaba finalmente instalando un sistema de protección en su chalet. Lejos de sentirse más seguro, pronto empieza a obsesionarse con la idea de que alguien le esté acechando y conecta la señal de las cámaras de vigilancia al televisor del salón. Progresivamente, las imágenes del circuito cerrado suplantan los programas y las películas, hasta convertirse en lo único que se reproduce en la pantalla. Su esposa y sus hijos asisten impotentes al enloquecimiento del hombre…